Las vivencias de nuestra época infantil nos afectan durante toda nuestra vida. Dichas vivencias producen en nosotros reacciones positivas y negativas.
Además, si estas vivencias provocaron en nuestra época infantil reacciones positivas, evocarán en nosotros de nuevo estas mismas reacciones positivas, generando de este modo una espiral de refuerzos positivos.
Todo comportamiento puede desembocar en un sentimiento de triunfo o un sentimiento de fracaso. Si es de triunfo, provocará una repetición del mismo. Si es de fracaso, hará cesar el comportamiento que lo originó.
Si en el transcurso de una reunión de amigos explica un chiste y todos se ríen a carcajadas, recordará este chiste para explicarlo de nuevo en la próxima ocasión que se le presente. Si, por el contrario, la reacción es "Hazme cosquillas si quieres que me ría", no se le ocurrirá explicarlo de nuevo.
Un comportamiento correcto se repetirá si, tras él, hay un sentimiento de triunfo. En cambio, si el sentimiento es de fracaso, el comportamiento correcto dejará de serlo.
La autoestima como poder.- Esta forma de funcionar refuerza nuestro conjunto de actitudes básicas respecto a la autoestima. Ya que la autoestima es como una fuente de poder, en la cual se basa nuestro comportamiento. Dicho de otro modo, la autoestima es la forma en la que cada persona se siente a sí misma y siente a los demás respecto a ella. Por ejemplo: yo puedo sentir que soy inteligente, que soy guapo, que hago bien las cosas, o que soy incapaz, feo, estúpido y que no sirvo para nada.
La forma de sentirse a sí mismo y de sentir los demás es una decisión que normalmente se toma antes de los siete u ocho años. Las caricias recibidas de nuestros progenitores y maestros quedaron grabadas en nuestro personaje pequeño, lo que provocó este sentimiento de uno mismo que a veces no desearíamos tener.
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