Hay algo que no debemos perder de vista: la estrecha conexión entre lo físico y lo mental. Hay una inseparable correlación entre nuestra actividad psíquica y física.
Veamos, por ejemplo, el caso del miedo. Si no dominamos este sentimiento, una serie de pensamientos desordenados fluirán por nosotros y nos llevarán por el camino contrario al que debiéramos seguir para nuestra seguridad.
El hombre tranquilo, dueño de sí mismo, será capaz de dominar la situación cuando el temor se agudice.
La tristeza es otro ejemplo. A las personas afligidas les cae de sus labios una arruga, los párpados le tiemblan y, a veces, les resulta difícil reprimir las lágrimas.
Ambos son ejemplos de la estrecha relación que existe entre lo psíquico y lo físico, que afecta también a nuestra forma de escribir. La escritura revela claramente la forma de ser de las personas a través del conjunto de sus rasgos gráficos. Al escribir, el hombre pone en acción importantes centros nerviosos, como la visión, el lenguaje articulado, el gesto de escribir o los movimientos del codo, del pulgar y de los otros dedos. La cantidad de elementos del cerebro que entran en acción durante la escritura permiten que podamos identificar la conducta de las personas que escriben por la proyección de sus rasgos de personalidad en el papel.
Algunas personas han intentado modificar su letra en determinadas ocasiones para no ser reconocidas pero, esto es un error, ya que la letra puede ser modificada pero los rasgos no.
Modificar los rasgos del grafismo personal requiere bastante tiempo y una atención constante sobre la aplicación de las modificaciones de dichos rasgos. Esta atención consciente reforzará nuestro subconsciente para lograr que los nuevos rasgos sean aplicados de forma inconsciente y se eliminen los antiguos.
A través de la variación del gesto gráfico, puede conseguir la modificación positiva del carácter y la personalidad.
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