Volver a la Constitución Ante el avance del Ejecutivo sobre los otros poderes, es de notable significación el trabajo que tiene el Congreso por delante El Senado de la Nación se apresta a considerar la prórroga por un año más de las facultades legislativas delegadas por el Congreso en el Poder Ejecutivo, entre las cuales figura la de fijar las retenciones a las exportaciones, aprobada días atrás por la Cámara baja a instancias del bloque oficialista y de sectores aliados de centroizquierda. Una de las cláusulas transitorias de la reforma constitucional de 1994 previó que la legislación ordinaria preexistente, que no contuviera un plazo para su ejercicio, regiría por sólo cinco años más, salvo cuando fuera ratificada expresamente por una nueva ley. Hubo desde entonces varias prórrogas en bloque; la última se produjo en 2006. Si el Congreso de la Nación decidiera de un plumazo que pierdan vigencia las casi 2000 normas abarcadas por la sucesiva resignación de facultades legislativas a favor del Poder Ejecutivo a lo largo de 140 años, seguramente se produciría un caos jurídico de difícil resolución. Esta sola observación prueba la necesidad de que el buen tino de todos los sectores prevalezca en las discusiones por sobre muchas otras consideraciones de peso. Nada impide, sin embargo, aprovechar una circunstancia tan especial para poner de relieve la deuda que el Congreso de la Nación mantiene con la República, a raíz de su prolongada subordinación al presidente de la Nación de turno y de lamentables situaciones aún no esclarecidas por la Justicia, como las recordadas coimas en el Senado, denunciadas nueve años atrás. No son pocos los legisladores que se han asomado al precipicio del artículo 29 de la Constitución, colocándose ante el riesgo de que alguna vez deban rendir cuentas. Ese artículo impone la responsabilidad y pena de los infames traidores a la Patria a quienes hayan otorgado al Ejecutivo nacional la suma del poder público o supremacías inadmisibles. Cabe destacar que nuestro sistema constitucional establece como principio general la prohibición de toda delegación y sólo la admite excepcionalmente, por un plazo determinado, dentro de las bases de la delegación y en materias determinadas de administración o de emergencia pública. El Ejecutivo ha asumido un rol hegemónico que le ha permitido concentrar en sus manos un número importantísimo de facultades en materia económica, en detrimento tanto del Legislativo como de la competencia de las provincias y en clara oposición a la forma representativa, republicana y federal adoptada por la ley fundamental de la Nación. La primera década del siglo XXI en la Argentina quedará marcada por un palmario proceso de desconocimiento sistemático del orden constitucional, en particular en lo que concierne a la auténtica división de poderes en la democracia republicana hecha ley en 1853/60. Nunca en la década transcurrida, como en las elecciones del 28 de junio último, hubo un pronunciamiento popular más rotundo de oposición a este estado de cosas. Los diputados y senadores de la Nación mal podrían desconocer los nuevos vientos que soplan en la República. La cuestión de las retenciones podría servir, pues, por la inmensa repercusión con la cual aún se prolonga en la sociedad, como el caso testigo de enmienda de un comportamiento político que no podría haber conducido, como lo ha hecho, a peores destinos. En realidad, la mayoría de los representantes del pueblo y de las provincias han claudicado en estos años ante los avances del Ejecutivo nacional y renunciado, según lo sostienen los más esclarecidos juristas del país, al pleno ejercicio de las atribuciones que el artículo 75, inciso 2, de la Constitución le confiere al Congreso. Los constituyentes establecieron, entre las atribuciones de éste, imponer contribuciones indirectas como facultad concurrente con las provincias. También lo autorizaron a imponer gravámenes directos por tiempo determinado y, en ambos casos, con carácter coparticipable. Por el mismo artículo e inciso se estipuló que una ley convenio, acordada entre la Nación y las provincias, regularía el régimen de coparticipación y garantizaría la automaticidad en la remisión de los fondos recaudados por aquellas vías. Tampoco nada de esto se ha cumplido. Han pasado trece años sin que el Congreso de la Nación se haya dignado a aplicar la cláusula constitucional transitoria de dictar antes de fines de 1996 la ley que regulara aquel régimen de coparticipación. Por el contrario, como bien lo señalan maestros del Derecho, la nota dominante de estos años ha sido la del manejo discrecional de fondos públicos por parte del jefe de Gabinete de Ministros. Esa oscura manipulación de recursos se ha hecho con amplios márgenes de arbitrariedad para el Ejecutivo nacional. A su servicio ha puesto, además, un sistema abusivo de premios y castigos aplicado sobre las provincias según el grado de docilidad política que hayan demostrado con la Casa Rosada. Desde luego que uno de los cargos más graves ha recaído sobre los senadores, porque corresponde a la naturaleza de su responsabilidad la defensa de los intereses de las respectivas provincias. Si no ejercen esa función, ¿a título de qué están aferrados a las bancas? ¿Cuál creen los senadores que ha de ser el papel que les reserve la historia por su desempeño en estos años? Todo se ha hecho con olvido de que el ar-tículo 99, inciso 3, de la Constitución Nacional prohíbe al Ejecutivo dictar disposiciones de carácter legislativo y, cuando lo admite por razones excepcionales, advierte que nunca podrá ser en materia penal, tributaria, electoral o de régimen de partidos políticos. Por su parte, el artículo 76 prohíbe al Congreso delegar facultades propias en el Ejecutivo, salvo en determinados asuntos administrativos o de emergencia pública. La Constitución no deja espacio para la ambigüedad. Pero se ha violentado su letra y su espíritu: la ley 26.122, que reglamenta el régimen legal de los decretos de necesidad y urgencia, ha validado las decisiones provenientes de aquel régimen de excepción sin exigir límites temporales a su vigencia. Debe volverse a la Constitución y el primer paso ha de ser la desactivación de los medios que han conducido a una excesiva concentración del poder. El Congreso de la Nación debe recuperar, entre tantos otros ejemplos posibles, la facultad de establecer plazos para la ratificación de los DNU. La prolongación después de siete años del estado de emergencia económica debe cesar inmediatamente; tampoco puede prolongarse por más tiempo la atribución asumida por el jefe de Gabinete de modificar por su sola voluntad y firma lo que el Congreso de la Nación haya resuelto en materia de recursos extraídos de los contribuyentes. El 28 de junio pasado la gran mayoría de los argentinos ha puesto de manifiesto en las urnas la voluntad de que el país se encarrile dentro de los cánones que distinguen a un Estado de Derecho y la necesidad de avanzar hacia una calidad institucional que vaya más allá de meros discursos de campaña. Observan bien algunos de los más respetados juristas del país que el adelantamiento de los últimos comicios en cuatro meses profundizó el sistema electoral perverso existente desde 2002: los candidatos fueron elegidos a dedo, sin consulta ciudadana alguna, ni siquiera con los afiliados a las agrupaciones cívicas. Después de tanto tiempo de manejos arbitrarios, debemos aspirar a construir una democracia caracterizada por la plena vigencia de los derechos fundamentales y por un gobierno integrado por tres poderes independientes. Ello nos permitirá despegar dentro de amplios marcos de seguridad jurídica tornando previsibles las consecuencias de los diferentes actos y relaciones que caracterizan el devenir institucional del país. Ojalá que esta vez las esperanzas que han empezado a asomar no se vean frustradas por la torpeza de nuestra dirigencia. Es preciso que, de una vez por todas, entendamos que si no nos ajustamos al gobierno de la ley, será imposible que podamos superar nuestra creciente decadencia. Como se ve, es mucho y de notable significación institucional el trabajo que el Congreso de la Nación tiene por delante. Convendrá al interés general de los argentinos que lo encare ya mismo con decisión. Publicado en La Nación - Ver nota original
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Inger Enkvist: "Hoy el alumno quiere aprender sin hacer ningún esfuerzo" Desde Suecia anda recorriendo el mundo comparando los sistemas educativos. La profesora Enkvist ataca las "nuevas pedagogías" que promueven el facilismo en la escuela y propone un retorno a la educación clásica sin por ello negar las nuevas tecnologías. domingo, 16 de agosto de 2009 La profesora Enkvist antes de hablar sobre su pasión, la educación, nos advierte: "Me dirán de todo por lo que pienso, me llamarán reaccionaria y esas cosas, pero alguien tiene que intentar defender a los chicos que no se pueden defender por sí solos". A partir de allí, en entrevista con Los Andes, empieza su feroz diatriba contra lo que denomina las "nuevas pedagogías": -Son las que se fueron imponiendo desde los años '70, con la idea de que el profesor no tiene por qué estar enseñando, estructurando el conocimiento o exigiendo, sino que la educación puede ser más libre, más divertida y que el alumno pueda elegir lo que quiere estudiar, el orden en que lo quiere hacer y que los exámenes -en realidad- no son tan necesarios porque los chicos aman tanto el conocimiento que lo buscarán a su tiempo y por el camino que les convenga. -¿Qué cambios en la teoría educativa trajeron estas nuevas pedagogías? -Todo se resume en una fórmula: colocar al alumno en el centro del proceso educativo. Algo que de tanto repetirse suena como muy inocente pero en realidad engloba un reto total a la educación tal cual la conocemos. -¿Cuál educación? -La educación de antes, tradicional, clásica, que era una especie de torre donde los estudiantes estudian el primero, segundo curso y así van avanzando. No sólo por la edad sino también por saberes. Es algo estructurado donde un profesor que enseña a un chico de 13 años sabe que éste ya adquirió ciertos conocimientos y entonces sigue desde ahí, no desde cero. Hay también exámenes para obligar a los alumnos a aprender ciertas cosas antes de continuar. -¿Qué cambios trajo la nueva pedagogía? -Ella supone un cuestionamiento total a esto; en ella el profesor debe acercarse al alumno y elaborar un programa individual para cada uno. Toda la obligación recae en el profesor, que debe inventar programas… multivalores… interesantes… individualizados y.... actualizados. Además el que evalúa -por lo menos idealmente- es el alumno. Con eso lo que se logra es que el chico sólo quiera aprender lo que no le cuesta ningún esfuerzo. Con esos estudios que, por sobre todo, buscan ser atractivos, el chico basa sus juicios en caprichos personales, prefiere la irracionalidad al análisis o autoanálisis y cree tener derecho a pronunciarse sobre todo, porque cree que su opinión vale como cualquier otra opinión. Tiene una actitud absolutamente antieducativa: esto es lo que genera un sistema que coloca al alumno en el centro de la educación. -¿El centro debería ser el maestro? -No, el centro debería ser el aprendizaje y tanto el maestro como el alumno deberían concentrarse en el aprendizaje, porque la escuela la hemos construido para eso. Invertimos en ella para que los alumnos aprendan y el maestro los ayude. Pero hoy los alumnos dicen: "Si el maestro me gusta estudio, pero hay maestros que no me gustan, entonces dejo de estudiar con ellos". También dicen: "Algunas materias me atraen, pero otras no me interesan y no las estudio". Que la sociedad haya determinado una cierta combinación de conocimientos donde algunas cosas les guste y otras no, los tiene sin cuidado. Estudian lo que quieren, nada más. Pero eso sí, quieren el certificado de estudios totales. No quieren hacer el esfuerzo pero quieren la recompensa. -Yo quisiera la educación de nuestros padres más un plus. Pero usted parece proponer sólo volver atrás y punto. -No, en la Argentina una parte de la reforma quizá sería volver atrás, pero muchos países -como Finlandia o Estonia- hoy tienen un excelente nivel educativo porque aplican la actitud seria que tenían antes los países más avanzados, también ustedes. Por eso deben volver atrás sólo los que se han equivocado mucho, porque otros países están subiendo, subiendo, subiendo. -El autoritarismo, la falta de diálogo, la relación distante con el maestro, todas cosas que antes proliferaban en la escuela clásica ¿no son también razones de la nueva pedagogía que quiere mayor diálogo y menos autoritarismo? -No lo creo. Voy a provocarlo un poco con mi respuesta (risas) porque lo que usted me pregunta es un planteamiento político que han introducido en el colegio. Está muy bien oponerse al autoritarismo en la sociedad, entre adultos y a nivel político. Pero es un gran error decir que un joven en camino de abrirse al mundo y de encontrarse a sí mismo no necesita una guía. La meta de la escuela es que los alumnos adquieran conocimientos para convertirse en personas autónomas que no sean autoritarios ni tampoco acepten el autoritarismo en otras personas, pero para llegar a tener ellos necesitan saberes, también necesitan un cierto control sobre sí mismos, formular un plan y cumplirlo. -¿La educación anterior daba todo eso? -No lo daba plenamente, pero es un argumento que siempre se pone como excusa, o que había muchos profesores autoritarios... Claro que no era siempre buena la educación antes, pero lo que se debería dejar de lado es un poco las grandes palabras y preguntarse con qué sistema aprenden mejor los alumnos para llegar a ser adultos competentes, buenos ciudadanos, con una visión relativamente optimista de la posibilidad de colaborar en la sociedad. Eso es lo que queremos. Lo más fácil para evitar las trampas ideológicas es comparar qué colegio tiene el mejor resultado. Pero ahora seguro que me preguntará lo mismo que todos me preguntan llegado a este punto -¿Qué debería preguntarle? -Si sólo son importantes los conocimientos, si la escuela no debe ofrecer otras cosas: actitudes, valores. Claro que sí, le respondo antes que me lo pregunte. Pero en todo el mundo las escuelas con éxito logran buenos resultados académicos no sólo inculcando saberes sino también con un buen ambiente y un respeto hacia el alumno. Porque si no hay un respeto hacia el alumno tampoco se logran buenos saberes, así que no hay una oposición y sólo los que quieren dar un rodeo para minimizar la importancia del conocimiento, no ven eso. -En la Argentina, la ideología que gobernó los '90 fue neoliberal y hoy los que gobiernan dicen ser su antípoda, pero el plantel educativo y sus ideas han sido los mismos en ambas épocas... antes eran asesores, ahora ministros, pero en general todos defienden la pedagogía que usted critica. ¿Por qué cree que ocurre eso? -Mi explicación es -sin conocer exactamente la situación aquí- que los departamentos, el mundo de la pedagogía ha sido (suena un poco brutal, pero debo decirlo) tomado por grupos políticos. Son grupos políticos aunque se presenten ante la sociedad como científicos, porque sus propuestas son mucho más políticas que educativas. Cuando no había comparación internacional de resultados educativos, nadie podía contradecirlos porque ellos eran los expertos. Pero ahora se están viendo sus fracasos. -Varios de ellos creen que hoy la escuela debe ser el último baluarte de la resistencia al neoliberalismo y seguro que a usted la criticarían por buscar introducir el neoliberalismo en la escuela... -Sí, precisamente así hablan, y esto muestra que son políticos. En vez de poner el conocimiento en el centro del proceso educativo, ponen la política, entonces hacen de la educación una instrucción, una doctrina, más que una formación libre. Vacían la educación de contenidos para poner allí un contenido político. -¿Puede haber educación sin política? -Sí, y tanto es así que los que hacen política con la educación saben en su interior que están intentando engañar a la sociedad. ¿Cómo se lo pruebo? Porque la mayoría de ellos suele poner a sus hijos a estudiar en colegios que enfocan en el conocimiento. Ésa es la mayor perversidad: averigüe si no donde ponen a estudiar sus hijos la mayoría de los socialistas españoles: en un colegio muy famoso que llaman del Pilar. En Inglaterra, Blair llevó sus hijos a un colegio católico; los dirigentes franceses, igual, igual, igual. O sea, cuando se trata de sus propios hijos muestran lo que realmente piensan. Para ellos no quieren política, sino educación. -¿Puede haber una síntesis entre lo que se hizo en las nuevas pedagogías con lo anterior, o hay que empezar todo de nuevo? -Empezar de cero es una tontería. No se trata de cambiar los planes de estudios. Lo más importante sería mejorar el nivel de los profesores, la formación docente y luego introducir un poco más de exigencias en el sistema. No se trata de cambiar todo de golpe sino de hacer pequeños cambios en todos los frentes a favor de la calidad. El deterioro ha sido lento y la recuperación será lenta también. -Antes en la escuela se aprendía, pero afuera no había conocimiento o había poco, pero ahora hay información por fuera y cada vez más... La escuela tradicional ¿se podrá adaptar a esta sociedad del conocimiento o de la información? -Esto que usted dice tiene algo de verdad. Hay varias cosas que son nuevas: primero hoy el alumno puede aprender fuera de la escuela, es muy posible. Puede aprender también sin el profesor. Pero una de las especificidades de la educación escolar es que el profesor organiza el trabajo de aprendizaje, corrige los los malentendidos, propone una progresión lógica que ayuda al niño a cumplir con esfuerzo y llegar a la meta, mientras que el conocimiento que uno adquiere afuera, individualmente o por Internet es fragmentario. La mayoría de las personas hoy manejamos ordenadores, lo cual es relativamente fácil y eso lo demuestran los chicos que aprenden a manejarlos solos y en su casa. Pero manejar un computador no es lo más importante. El verdadero problema es adquirir saberes que piden un esfuerzo largo, como las matemáticas o la lengua extranjera o las cronologías históricas o las relaciones entre causa y efecto en física, biología, etc. -Terminemos con una definición filosófica, ¿cuál es para usted la relación entre educación y naturaleza humana? -Mucha de la nueva pedagogía dice que el niño aprende naturalmente en su entorno. Un niño pequeño sí, aprende a caminar o hablar y aprende del ambiente, pero no es natural saber biología. Es muy difícil adquirir ese conocimiento desarrollado por siglos. Si queremos tener esos saberes -bueno- debemos pasar por el aprendizaje. No hay otra manera. Y esto no es natural, ya que pensar que un niño sin ningún interés especial por alguna materia de pronto se meta a aprender biología, no tiene nada de realismo. Por Carlos Salvador La Rosa Publicado en Diario Los Andes - Ver nota original
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