domingo, 15 de julio de 2007

EL CAMINO SE HACE AL ANDAR

(A. MACHADO)

Juan Pueblo, en su caminar, comenzó a disfrutar la elaboración que logró con su marcha atenta y reflexiva. Acaso sea una doctrina, un sistema planificado, o la inspiración de un redentor con sus ministros, la esperanza de una solución.

Un gobernante chino vivía en su palacio, en lo alto de una montaña, y desde allí contemplaba los caseríos de sus habitantes. Hombre bien inspirado, quería la real felicidad de sus súbditos. Sus ministros le traían planes para lograrlo, métodos a emplear, etc., etc.

Sin embargo, el noble gobernante sólo se convencía mirando las chimeneas de las viviendas. Si no salía humo, no había felicidad. Si salía humo, había felicidad y correcta actuación, es decir, justicia verdadera y/o felicidad real.

No hay felicidad sin vida, tanto en su dimensión material como espiritual, que es la que debe vibrar en los hombres libres y de buenas costumbres.

Quedó impresionado por ese trabajo, en el cual muchas cosas coinciden con la realidad, aunque en otras le parecieron algo aventuradas. Sin embargo, su interés le llevó a pedir al masón informante material adicional, para colmar su interés.

Al mismo tiempo le agradaron, porque lo hicieron meditar, dos leyendas, algo así como dos cuentitos, que le fermentaron inquietudes humanísticas, que también encontró en el desordenado archivo.

Un gran y humilde pensador chino, llamado Confucio, se vio obligado a abandonar su patria, y comenzó su exilio atravesando los desiertos de Asia, acompañado por casi todos los discípulos, ante la furiosa amenaza de un tirano.

Mensio, junto con otro grupo, huyó por mar, aprovechando una pequeña embarcación. No vamos a relatar las zozobras que durante los viajes aparecieron, aunque conviene destacar que una sucesión de enseñanzas se acoplaron a los accidentados encuentros.

Mensio logró, luego de riesgos y dificultades de todo orden, desembarcar con toda su tripulación en la lejana isla de Ceilán, donde fueron recogidos con mucha hospitalidad. Sin embargo, ese noble pueblo practicaba una religión atrasada, en la cual una hermosísima princesa escapó del palacio, se internó en la selva, se encontró con un poderoso león, y fruto de ese matrimonio nació una encantadora criatura, con toda la belleza que heredó de su madre, la fuerza del león e infinidad de atributos que se sumaron a esa fantástica combinación.

Mensio trató de demostrarles lo imaginativo, atrasado y. decadente que era esta concepción, comparada con la madurez espiritual que enseñaba su maestro Confucio con sus máximas, que enriquecieron el acervo espiritual de la humanidad. Estas nuevas concepciones crearon bandos, fanatismos dispuestos a mantener o defender las nuevas y viejas concepciones. No faltaron los entredichos, y hasta la violencia se hizo presente.

Sucedió entonces que el más anciano, que probablemente era uno de los que comprendió con mayor seriedad a Mensio, en un atardecer lo invitó a pasear. Por el camino le contó que a la isla, en una oportunidad, había llegado un santo que convivía con ellos. Se cuenta que ese santo ese enteró que los que comían la torta de arroz (equivalente a nuestro pan) de determinado día, se volvían locos. Por lo tanto, el santo guardó torta de arroz del día anterior.

¿Qué sucedió?. Ambos se detuvieron junto a una montañita cercana al mar. El crepúsculo dibujaba los más hermosos colores, que reflejaban en la costa. Todo era de una hermosura cautivante. Allí mismo, el viejo le dijo a Mensio, que lo que ocurrió fue que mientras que toda la población vivía en armonía con la locura general, el único que desentonaba era el santo cuerdo.

Mensio, después de un tiempo, retornó a China, y contó todas esas vivencias a su maestro Confucio, que quedó sorprendido por el relato. El gran maestro de Oriente reconoció que, si bien hay que enseñar para el progreso, hay que tener cuidado que el camino no se efectúe conspirando febrilmente con la felicidad, con la propia vida.

Es muy delicado especular con pensamientos y doctrinas que cobren para su imposición el salario de la felicidad en la vida. Progreso, cautela y sobre todo vida en todas sus dimensiones.

de "La aventuranza de Juan Pueblo" (Juan Pueblo - Juan Pedro - J.P)

Rafael Goldenberg Arzahav

Prefacio

por Diego Vega

Quienes tienen años en la Orden, con seguridad han escuchado varios trabajos o conferencias de Rafael Goldenberg. Por supuesto, no conocen todos (ni cerca) los que figuran en este libro. Cuando Rafael me pidió colaboración para ordenar y corregir (¿?) trabajos que consideraba interesantes como para incluir en este «Ensayo de Masonería vivencial», como le gusta llamado, me encontré con material de docencia masónica que es escaso en la Masonería uruguaya contemporánea, aunque existe alguno, valioso por cierto.

No es necesario indicar que nos encontramos frente al trabajo de un sabio, que dedicó su intelecto y entusiasmo a la docencia, y a la Orden en particular. Pero además, tiene algunas características que hacen de este libro, en nuestra opinión, un elemento particularmente valioso como herramienta docente:

a) Sencillez conceptual: la profundidad del análisis no se basa en la utilización de terminología y/o ideas oscuras o incomprensibles, como muchas veces encontramos en la literatura masónica, sino en los propios temas que se tratan.

b) Claridad: los temas se tratan abiertamente y se trasmiten contenidos en valores fácilmente comprensibles para el lector,

c) Vivencial: los temas, así como los ejemplos que utiliza, provienen, como la propia Masonería, de la vida misma.

En definitiva, el libro permite concluir que la Masonería se refiere a conceptos sencillos sobre la vida, y es tan profunda y misteriosa como lo es la vida y el ser humano.

Rafael no es neutral; lo dice expresamente, y ya al principio nos explica porque. Nos pide (más bien, nos exige) compromiso, y nos recuerda con incansable persistencia que aún recibiendo una instrucción especial, y realizando juramentos que nos obligan, somos individuos contiguos. Ello significa que nuestra unión, fuerte y saludable, lo es porque nos permite mantener la individualidad.

La Masonería, reserva moral, intelectual y progresista de la sociedad, nos prepara como cadena de hombres libres, en las tenidas en el Templo y en pasos perdidos, para que actuemos sobre la realidad profana, buscando la felicidad de nuestros semejantes. La armonía y el equilibrio que buscamos en nuestro interior a partir de la instrucción masónica, debemos esparcirla en la sociedad.

Para eso se escribió este libro. Para colaborar en esa preparación, para impulsar esa misión, para no olvidar que respetando la individualidad y la contigüidad, debemos buscar el bienestar colectivo, sin distinciones. En eso estamos.

Diego Vega

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