Una verdadera joyita.- A diferencia de cuanto ocurre con otras naciones del orbe - inclusive algunas muy próximas a la nuestra - no hay en Uruguay partidarios de la monarquía ni tengo recuerdo de que los haya habido alguna vez, a excepción de aquella época en que –todavía dependientes- no éramos más que una colonia del reino español.- Los uruguayos somos republicanos por donde se nos mire. Con algo de falta de respeto, no concebimos a la monarquía sino como un resabio anacrónico, quizás porque no admitamos que, aunque en regímenes democráticos -como lo son los que han instituido una monarquía constitucional- sea concebiblemente justo que la gente deba mantener a un Rey y a su familia, asegurándoles una vida holgadamente cómoda, a cambio de la obligación de portar la Corona y, con semejante gesto, enarbolar la representación de la Nación.- No obstante que sean también repúblicas, nuestros vecinos fronterizos conservan resabios realistas que provienen, en el caso de la Argentina, del mismísimo momento en que nació a la vida independiente, ya que Belgrano, San Martín y la mayoría de los integrantes del Congreso de Tucumán era de ideas monárquicas. Y en el caso de Brasil, como bien se sabe, porque tuvo su período monárquico o imperial con Don Pedro Primero, desde su propia independencia del reino de Portugal.- Quizás es por eso que ambos países son tan pródigos para conceder apodos nobiliarios apenas alguien se destaca en alguna actividad. De allí que en la Argentina reinara tantos años Palito Ortega ("El Rey") o en el país del norte brillara "O Rei Pelé", en ambos casos, figuras ajenas al mundo de la política y el gobierno (no obstante haber incursionado en ellos ocupando muy altos cargos) pero que en modo alguno se sentaron en otro trono que no fuera el de la popularidad y el pretigio.- La modestia republicana del uruguayo solo transgredió esa austeridad democrática tan enraizada en su gente, para conceder la condición de Rey a Momo (que no deja de ser una divinidad mitológica que ejerce su efímero reinado en un corto período del año) u otorgar el título de Reinas a las de la Vendimia y el Carnaval, pero - en todo caso- siempre habiendo sido elegidas, cuando no por voto popular, al menos por la nominación de alguna clase de cuerpo elector; y nunca por Gracia Divina.- Cuando la opinión popular oriental quiso premiar a sus ídolos, nunca llegó a conferirles los atributos de la realeza, sino jerarquías mucho más modestas, aún cuando se tratase de títulos nobiliarios. Aludo a casos como los del "Príncipe" Francescoli o el "Principito" Ruben Sosa que -según se advierte- siempre han estado algún grado por debajo de los reyes vecinos.- Las más veneradas de las reliquias populares nacionales no han pasado de ser un Mago o Zorzal, (por más que cantara cada vez mejor y hubiera vencido a la propia muerte) o un mero Negro Jefe, (con un significado siempre más próximo a aludir al capataz de una modesta cuadrilla o el jerarca de una oficina, que al conductor de toda una tribu …).- De todos modos, nuestro escaso aprecio a la realeza, no ha impedido que simpaticemos con monarcas como el español, con cara, actitudes y gestos de ciudadano corriente, y conservemos o marquemos respetuosa distancia con la octogenaria Reina Isabel II del Reino Unido de Inglaterra, Irlanda del Norte y Jefa de Estado de Antigua y Barbuda, Australia, Bahamas, Barbados, Belice, Canadá, Granada, Jamaica, Nueva Zelanda, Papúa Nueva Guinea, San Cristóbal y Nieves, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Islas Salomón, y Tuvalu, cuya mera enumeración ya nos cohibe tanto como el de su verdadero título oficial, que es el de Isabel Segunda, Por la Gracia de Dios, del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte y de Sus Otros Reinos y Territorios Reina, Jefa de la Mancomunidad, Defensora de la Fe. ¿No es poca cosa, verdad? Pero nada más ajeno al sentir de nuestra austera e igualitaria condición republicana.- No impide, todo lo dicho, que cuando nos queramos referir a quien disfruta de una existencia cómoda y sin privaciones, lo hagamos aludiendo a que "vive como un rey". Pero aún en esos casos la diferencia con la verdadera realeza constituye algo más que un matiz. Por ejemplo, decíase del médico uruguayo residente en Durazno, Emilio Penza, que aunque era un reconocido filántropo, sabía vivir como un rey. A fines del Siglo XIX hizo construir la magnífica residencia que pasó a habitar a principios del siglo pasado. No era un palacio real pero sí una casona lujosa que se destacaba, por ello, muy claramente de entre las de su entorno. La casa estaba muy finamente amueblada y llena de obras de arte que su dueño había adquirido en Europa.- Pero, mientras que la realeza auténtica habría invertido su fortuna en joyas espectaculares y las casas reales más importantes tenían formidables alhajas, como las que la Reina Isabel de Inglaterra posee y expone regularmente en la Torre de Londres, el Doctor Puenza que aunque viviera como rey no lo era ni tenía trono, atesoraba -según hemos venido a saber recientemente por la prensa- un inodoro hoy valuado por algunos en 700.000 dólares … Los monarcas empeñaban sus joyas con frecuencia para poder financiar sus campañas militares, reconstruir sus palacios o pagar dotes reales. Podría decirse que las empleaban para seguir sentándose en su trono.- A juzgar por el valor que algunos atribuyen al inodoro del Dr. Penza, también diríamos que invirtió una parte de su fortuna en asegurarse un "trono" digno de envidia.- Decía un artículo publicado hace años en el Washington Post (del periodista T.R. Reid) que la reina Isabel II no se privaba de lujos cuando tenía invitados a comer: porque su salero de oro sólido mide 46 centímetros de alto y pesa 6,3 kilos. Quiero suponer que la ensalada llegaría a la mesa bien sazonada, porque no me imagino a los comensales agregando sal a la lechuga con mucha comodidad. Pero los reyes tienen esas cosas, ¿vio? Cuentan, en el artículo citado, que Guillermo IV quiso que cada rubí, zafiro o perla que existiese disponible luciera en su corona y el artefacto terminó pesando tanto que la ceremonia de su coronación resultó un fiasco debido al severo dolor que le provocó en el cuello y la dentadura el porte de semejante ornamento. Parece ser que el solemne rito debió ser interrumpido para que se le extrajere un molar y así quedó consignado para la historia, en los dos gruesos volúmenes que componen el inventario oficial de las joyas de la corona de la familia real.- En la casona de los Puenza, parece ser, tampoco se privaban de lujos. No han quedado datos del tamaño del salero, ni se sabe si era de oro o de plata; pero me imagino la impresión que se causaba a sus huéspedes cada vez que éstos solicitaban pasar al toilette. Aunque dudo de que, si usaban el inodoro, estuvieran enterados de su cotización. Y si hubieran estado enterados de ella, dudo de que, finalmente, lo emplearan … por más urgencia que les impusiera una necesidad fisiológica.- Eba (Julio de 2008) |
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